Quizás el peso de nuestra propia mochila nos impide reparar en las que portan los demás. A veces es tanto el peso y tan poco el margen de resistencia de nuestra débil espalda, que cuando alguien trata de echarnos un gramo mas, intentamos quitárnoslo de encima para que este no termine por hundirnos en unas arenas movedizas de las que sea casi imposible salir por haber agotado casi en su totalidad nuestros recursos vitales.
Sacudimos con dolorosos movimientos nuestro cuerpo arriesgándonos a caer, o en el mejor de los casos, a encorvar mas aún nuestra rota espalda.
Pero en el intento de quitarnos de encima ese gramo inmerecido, insoportable e injusto, lo echamos en mochila ajena sin darnos cuenta que tal vez estemos sobrecargándola del mismo modo injusto e inmerecido.
El tener consciencia del hecho, hace que ese gramo se convierta a veces en la tonelada que termina por obligarnos a deshacernos de contenidos de la mochila que tanto necesitamos para seguir caminando. Esto, reconocer nuestra culpa e intentar conseguir el perdón balsámico que engrase nuestras articulaciones permitiéndonos dar el siguiente paso, será posiblemente la única salida.
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