No, no debí dejar que ocurriera.
Nunca debí dejar entrar a la consciencia en ese sueño de conocerla, o haber despertado a tiempo.
Ahora me veo obligado a cometer el pecado de odiar al amor. Este amor que empezó con el sabor mas dulce y que se tornó en esta tremenda amargura que me invade.
Pero la culpa quizás sea del destino, Ese destino que juega con las cartas marcadas y que por ello siempre consigue ganarnos unas partidas que nos vemos obligados a jugar.
El destino, el azar, la suerte... o tal vez ella. Si, ella. Ella que invadió mi sueño aprovechándose de un momento de debilidad de la consciencia por encontrarla dormida.
Penetró por el camino fácil.
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